jueves, 15 de julio de 2010

El enemigo. Poesia de Charles Baudelaire

Mi juventud no fue sino un gran temporal
Atravesado, a rachas, por soles cegadores;
Hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros
Que apenas, en mi huerto, queda un fruto en sazón.

He alcanzado el otoño total del pensamiento,
y es necesario ahora usar pala y rastrillo
Para poner a flote las anegadas tierras
Donde se abrieron huecos, inmensos como tumbas.

¿Quién sabe si los nuevos brotes en los que sueño,
Hallarán en mi suelo, yermo como una playa,
El místico alimento que les daría vigor?

-¡Oh dolor! ¡Oh dolor! Devora vida el Tiempo,
Y el oscuro enemigo que nos roe el corazón,
Crece y se fortifica con nuestra propia sangre.


Charles Baudelaire


P
oeta y crítico francés, principal representante de la escuela simbolista. Nació en París el 9 de abril de 1821 y estudió en el Collège Louis-le-Grand. Su infancia y su adolescencia fueron infelices, pues su padre murió cuando tenía sólo seis años. Su madre volvió a casarse y Charles, que odiaba a su padrastro, nunca se lo perdonó. Decididos a poner freno a su carrera literaria, y con la intención de que abandonara sus propósitos, sus padres lo enviaron a la India en 1841. Pero abandonó el barco y regresó a París en 1842, más dispuesto que nunca a dedicarse a la literatura. Con la intención de solucionar sus problemas económicos, empezó a escribir críticas en la prensa nacional. Sus primeras publicaciones importantes fueron dos cuadernillos de crítica de arte, Los salones (1845-1846), en los que analizaba con agudeza las pinturas y los dibujos de artistas contemporáneos franceses como Honoré Daumier, Edouard Manet y Eugène Delacroix.
Su primer éxito literario llegó en 1848, cuando aparecieron sus traducciones del escritor estadounidense Edgar Allan Poe. Animado por los resultados, e inspirado por el entusiasmo que en él suscitó la obra de Poe, a quien le unía una fuerte afinidad, Baudelaire continuó traduciendo los relatos de Poe hasta 1857. En 1842 alcanzó la mayoría de edad y heredó la fortuna de su padre, lo que le permitió irse de casa y disfrutar de una vida de lujo. Las grandes sumas de dinero que gastó en su apartamento del Hôtel Lauzun y su estilo de vida decadente le dieron fama de excéntrico, e inmoral y le hicieron endeudarse para el resto de su vida. Durante este periodo de libertad y ocio, Baudelaire fue, sin embargo, enormemente creativo y escribió muchos de sus mejores poemas. La principal obra de Baudeleaire, una recopilación de poemas que lleva por título Las flores del mal, vio la luz en 1857. Inmediatamente después de su publicación, el gobierno francés acusó a Baudelaire de atentar contra la moral pública. A pesar de que la élite literaria francesa salió en defensa del poeta, Baudelaire fue multado y seis de los poemas contenidos en este libro desaparecieron en las ediciones posteriores. La censura no se levantó hasta 1949. Su siguiente obra, Los paraísos artificiales (1860), es un estudio autoanalítico basado en sus propias experiencias e inspirado en las Confesiones de un comedor de opio inglés, del escritor británico Thomas De Quincey. A partir de 1864 y hasta 1866, Baudelaire vivió en Bélgica. En 1867, aquejado de parálisis, regresó a París, donde tras una larga agonía murió el 31 de agosto.
Considerado hoy como uno de los mayores poetas de la literatura francesa, Baudelaire poseía un sentido clásico de la forma, una extraordinaria habilidad para encontrar la palabra perfecta y un gran talento musical; escribió algunos de los poemas más bellos e incisivos de la literatura francesa. Su originalidad, que causaba tanto asombro como malestar, le hace merecedor de un lugar al margen de las escuelas literarias dominantes en su época. Su poesía es para algunos la síntesis definitiva del romanticismo, para otros la precursora del simbolismo y para otros, finalmente, la primera expresión de las técnicas modernas. Baudelaire fue un hombre dividido, atraído con idéntica fuerza por lo divino y lo diabólico. Sus poemas hablan del eterno conflicto entre lo ideal y lo sensual, entre el spleen y el ideal. En ellos se describen todas las experiencias humanas, desde las más sublimes hasta las más sórdidas. Entre sus obras destacan, además de las ya citadas
Pequeños poemas en prosa, sus diarios íntimos Cohetes, y Mi corazón al desnudo. Todas ellas se publicaron tras la muerte del autor, en 1867.

Correspondencia de la momia- Antonin Artaud

Esa carne que ya no se tocará en la vida,
esa lengua que ya no logrará abandonar su corteza,
esa voz que ya no pasará por las rutas del sonido,
esa mano que ha olvidado hasta el ademán de tomar, que ya no logra determinar el espacio
en el que ha de realizar su aprehensión,
ese cerebro en fin cuya capacidad de concebir ya no se determina por sus surcos,
todo eso que constituye mi momia de carne fresca da a dios una idea del vacío en que la compulsión
de haber nacido me ha colocado.
Ni mi vida es completa ni mi muerte ha fracasad0 completamente.
Físicamente no existo, por mi carne destrozada, incompleta, que ya no alcanza a nutrir mi pensamiento.
Espiritualmente me destruyo a mí mismo, ya no me acepto como vivo. Mi sensibilidad está a ras del suelo, y poco falta para que salgan gusanos, la gusanera de las construcciones abandonadas.
Pero esa muerte es mucho más refinada, esa muerte multiplicada de mí mismo reside en una especie de rarefacción de mi carne.
La inteligencia ya no tiene sangre. El calamar de las pesadillas da toda su tinta, la que obstruye las salidas del espíritu; es una sangre que ha perdido hasta sus venas, una carne que ignora el filo del cuchillo.
Pero de arriba a abajo de esta carne agrietada, de esta carne no compacta, circula siempre el fuego virtual. Una lucidez enciende de hora en hora sus ascuas que retornan a la vida y sus flores.
Todo lo que tiene un nombre bajo la bóveda compacta del cielo, todo lo que tiene un frente, lo que es el nudo de un soplo y la cuerda de un estremecimiento, todo eso pasa en las rotaciones de ese fuego en el que se asemejan las olas de la carne misma, de esa carne dura y blanda que un día crece como un diluvio de sangre.
La habéis visto a la momia fijada en la intersección de los fenómenos, esa ignorante, esa momia viviente que lo ignora todo de las fronteras de su vacío, que se espanta de las pulsaciones de su muerte.
La momia voluntaria se halla levantada, y a su alrededor se agita toda realidad. La conciencia como una tea de discordia, recorre el campo entero de su virtualidad obligada.
Hay en esa momia una pérdida de carne, hay en el sombrío lenguaje de su carne intelectual toda una impotencia para conjurar esa carne. Ese sentido que recorre las venas de esa carne mística, en la que cada sobresalto es un modo de mundo y otra especie de engendrar, se pierde y se devora a sí misma en la quemadura de una nada errónea.
¡Ah! ser el padre nutricio de esa sospecha, el multiplicador de ese engendrar y de ese mundo en su devenir, en sus consecuencias de flor.
Pero toda esa carne es sólo comienzos y ausencias y ausencias y ausencia...
Ausencias.